Texto escrito por Alba García
Estamos en algún día de junio, solo dios sabe cuál.
Desde hace tiempo, no recuerdo cuánto, mis pasos se sienten perdidos y mi cuerpo, mi cuerpo
es como si no tuviera peso porque voy de un lado a otro con una ligereza que a veces me
pongo a llorar.
Desde Junio que siento un noséqué en el pecho, pero no este junio; un junio ya muy pasado. El
noséqué me inquieta y me hace mirar rápidamente a todos lados: como si de un segundo a otro
me fuera a encontrar, aunque sea de lejos, con tus ojos, o al menos con tu silueta, pero eso
nunca pasa.
Y me duele, Rosario, me duele donde se supone que tenemos el alma. Al menos donde yo
creo que la tenemos. Ahí, a un ladito del corazón, o más bien atrás, como que se esconde y es
por eso, Rosario, que cuando nos duele el alma también nos duele el corazón, esa hija de la
chingada se hincha de dolor y entonces se hace grande sin querer y lo lastima como si lo
quisiera matar.
Pero no te preocupes, Rosario, porque yo ya me acostumbré; a veces ya ni lloro. A veces me
da por pensar que si tú me vieras llorando te enojarías muchísimo porque decías que llorar por
alguien es vanidad y que la gente vanidosa luego no puede entrar al cielo, que mejor ponga mis
sentimientos en las manos de dios y que viva mi vida como una persona de bien.
Yo te lloro, Rosario, pero te espero con fe honesta. Y trabajo, hundo mis manos en la tierra, por
si acaso tu regresas, quiero te sientas en un hogar, por eso cuando no te estoy pensando, ni te
estoy llorando estoy trabajando. Y rezo, y miro al sol y le hablo de tus ojos, le digo que si él
brilla es gracias a tí, porque es la verdad; tú eras la luz del mundo.
Rosario, tú sabes que yo no creía en un dios, pero desde que no estás siento que ese señor es
lo único que tengo para no perderte para siempre y por eso le hablo, por eso te hablo, por eso
le lloro y le doy mi vida como ofrenda, aunque nunca te vuelva a ver.
Fotografía por Alba García | Mixteca Poblana