Modernismo ¿Un arte democrático?

Sebastián López Serrano

Hoy se me antojó como sumamente maravilloso plasmar una de las ideas a las que me invitó la atenta (pero jamás total) relectura de La era del Vacío de Gilles Lipovetsky, libro al que habría que volver un millón de veces para intentar captar la mitad de las ideas que en él vertió su autor, y que habría que leer otro millón de veces para capturar una imagen de nuestro tiempo. Imagen que, por cierto, pese a ser de las más acertadas que nos puede ofrecer un solo libro, de un solo autor, resultaría móvil, fantasmagórica, acelerada como la forma misma que tuvo Lipovetsky para hilar argumentos, quien escribe con párrafos larguísimos en los que se van desparramando decenas de ideas sumamente densas, en sí misma, cada una es una pedrada que invita a la reacción y al tejido constante de un entramado propio de pensamientos. Por cierto, la adjetivación de la imagen social que produce nuestra lectura de La era del vacío como inestable, no busca de ninguna forma la descalificación de la obra. Si no, muy al contrario ¿No es la dinámica del movimiento el rasgo más característico de nuestro tiempo, cargado de imágenes que se van sustituyendo una después de la otra irrefrenablemente?

Portada de La era del vacío, en la edición española de editorial anagrama

Lipovetsky pensó, en este libro editado por Gallimard en 1983, cuyo título completo (muy sugerente, además) es La era del vacío, ensayos sobre el individualismo contemporáneo, a la sociedad de su tiempo, la posmoderna, cuya lógica continua en expansión hoy en día, como una sociedad en la que el valor primordial era el individuo que había aparecido en la modernidad como actor histórico, y la posmodernidad había potenciado.

En lo que respecta a lo anterior, el arte moderno fue haciéndose cada vez más coincidente con esta idea. Las vanguardias plásticas: Klimt, Kandinsky, Matisse y Picasso. Y las literarias: V. Woolf, Joyce, Mallarme y Rimbaud, incluso Baudelaire, representan varios giros copernicanos (en el sentido en que lo hizo Kant, al transformar la relación del sujeto cognoscente con el objeto a conocer) en la historia del arte. En primer lugar, es un arte que aspiró a dar un giro radical al arte como experiencia, ya no solo un cambio de corriente en el que se corrige el rumbo del espíritu de quien representa y las temáticas representadas, sino una nueva intención con respecto a la forma en que se relacionan el creador, la obra y el espectador. A tal punto, en el que la obra se hace de tal manera envolvente que, no se pueden encontrar a plenitud, los limites entre estos tres factores. En parte ahí radica una gran porción  del nuevo sentido individualista que adquiere el arte: Si hasta el siglo XIX había sido un instrumento pedagógico para hablar sobre la grandeza de un personaje, retratar un hecho histórico o comunicar el dogma religioso, el arte moderno hace de cada sujeto espacio de realización de una obra totalmente distinta, una obra abierta, en la que quien lee estas líneas, encontraría elementos estéticos y de apreciación diferentes a quien las escribe. Elementos que no están claramente delimitados por el creador.

Francis Bacon, Study for a Portrait

En segundo lugar y vinculado al primer punto: El arte moderno, las vanguardias y a lo que hoy llamamos arte contemporáneo es reflejo no únicamente de un orden artístico y social, sino también político y económico. En el orden político es el reflejo de la primacía de la democracia, es un arte participativo, en el que los individuos son considerados para la culminación de su sentido. Es un arte que recupera de la democracia, primordialmente su sentido del concepto de igualdad llevado a un dogma casi absoluto: Para el modernismo, cualquiera puede ser artista, todo puede ser experiencia artística, cualquier material puede ser materia prima del arte.

En referencia al reflejo que presenta del orden económico, es un arte que refleja el momento del capitalismo en que se vive, en el aspecto socioeconómico hay una critica a la moral burguesa que mantenía en plenitud su vigencia a mediados y finales del siglo XIX, la moral a la que describió Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, sostenida en el ahorro, el trabajo, el rechazo de los placeres, una lógica puritana y en la discreción económica. El arte moderno, rebelde a estos preceptos, propugna por la búsqueda de los placeres, un marcado hedonismo como filosofía de vida.

Karel Teige, Collage 166, 1942

Su análisis del sentido plenamente económico es uno de los puntos en que la argumentación cojea. Lipovetsky consideró que el arte moderno es más libre por la independencia alcanzada a causa del desarrollo del mercado del arte, que provocó el abandono de la figura del mecenazgo nacida en la época clásica, continuada durante la edad media y que alcanzó su climax en los tiempos de predominancia del catolicismo en la cultura. Sin embargo ¿No es ese mercado del arte dominado por los miembros de la burguesía, en tanto que son ellos los dueños del ahorro y del excedente económico que permite el adquirir piezas artísticas?

Otro aspecto económico relevante que influyó en el arte moderno, principalmente en sus formas más contemporáneas, es la lógica de consumo que pareciera querer imitar en su búsqueda de innovación constante. No apenas se produce una pieza, una lógica artística novedosa, esta se integra a la historia y la tradición que por esencia critica el arte moderno y entonces, se busca algo nuevo que agotar para poder mantener el ciclo en circulación.

Piero Manzoni, Merda d’artista 1961

Finalmente, responder u objetar a la idea de Lipovetsky ¿Es el arte contemporáneo un arte caracterizado por su carácter democrático? Y la respuesta no puede ser otra que sí y no. Sí, porque responde a los ideales teóricos de lo que es la democracia. Principalmente en el sentido más moderno de la democracia: Un modelo político en el que el sujeto expresa su voluntad política, utilizando el voto como instrumento para ello. En este sentido, la experiencia individual que favorecen sus formas artísticas, en la que cada uno de los sujetos es recipiente de una forma distinta e innovadora de la misma pieza, es singularmente compatible con el ideal democrático.

Pese a ello, si lo que caracteriza a la democracia es la igualdad de condiciones, al menos en el sentido de la participación, no se le puede decir democrático a un arte que es en su ejercicio excluyente: Es un arte cargado de teoría que resulta inaccesible al público, a las masas a las que apunta en encendidos discursos, pero que están ausentes en las galerías en que se expone. En ello radica la gran contradicción del arte contemporáneo como un arte democrático, es un arte que nació como critica a la ética burguesa, pero que no es accesible sino a la burguesía misma y a quienes fueron criados bajo los estándares educativos impulsados por la misma.

Cabría también preguntar si no es más bien que el arte moderno no es el arte democrático a secas, si no, expresión de un nuevo modelo democrático más trivial, laxo y cool, en el que se formulan nuevas formas de relaciones de clase y de dominación.

Henri Matisse, La alegría de vivir, 1906

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