La historia se navega, sin darnos cuenta, Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Garza

La historia de ambos personajes se amarra en el momento mismo del que, aunque no lo recordaran, era su segundo encuentro. Mientras Buitrago, en su papel de fotógrafo, captura la imagen de los internos del hospital de la Castañeda, Matilda le dirige la palabra y pregunta “¿Cómo es que se convierte uno en fotógrafo de locos?”. Esta pregunta dispara para el fotógrafo una duda y un interés profundo por la biografía y personalidad de la interna.

Sebastián López Serrano

Nadie me verá llorar es una novela de Cristina Rivera Garza que vio la luz de manos de editorial Tusquets en el año 2000, a causa de la buena recepción que ha tenido del público a través de los años, la novela tuvo diez impresiones posteriores, esta última en 2017. La obra fue calificada por Carlos Fuentes como “una de las mejores obras ficción, no solo de la literatura mexicana, sino castellana de la vuelta del siglo”. Nadie me verá llorar como otras obras de la autora es una novela que toca, desde una visión que se acerca a la historia, entendida como disciplina, sin asumir compromisos con esta, temas vinculados a la memoria, a las relaciones sociales, a la locura, a la revolución, al mundo urbano y las transformaciones sociales.

Rivera Garza es una autora nacida en 1964 en Matamoros, Tamaulipas. Doctora en historia latinoamericana y docente de creación literaria en la Universidad de Huston. Ha sido galardonada desde el éxito que fue Nadie me verá llorar, con una larga lista de reconocimientos, siendo los mas notables el premio Anna Seghers en 2005, el premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2001 y 2009 y el premio Roger Caillois en 2013. Tal vez el más grande reconocimiento a su destacada labor en el campo de la historia y la literatura fue su integración el año pasado al Colegio Nacional de México, puesto que, en la historia de la institución, entre los 111 integrantes que ha tenido el colegio a lo largo de su existencia, únicamente pudieron paso una sorprendente minoría de siete mujeres, siendo su inclusión un logro que podemos tildar no únicamente como algo personal, si no colectivo, una conquista histórica para las mujeres que desde la academia durante décadas han producido conocimientos fundamentales para las instituciones y sociedad de este país, y cuya labor aun demanda visibilidad y el reconocimiento que sean equivalentes al valor de sus saberes.

La premisa de la obra es compleja, Nadie me verá llorar es una historia difícil de explicarse, en tanto que esta compuesta de una forma laberíntica: brincos temporales, retazos de informes psiquiátricos, de cartas, de noticias, de recuerdos e invenciones.

A grandes rasgos la historia, ambientada en un lapso aproximado de 20 años, correspondientes a las primeras dos décadas del siglo XX, narra de forma paralela la vida de dos personajes, Joaquín Buitrago y Matilda Burgos, un fotógrafo y una mujer camaleónica que a lo largo de esos años pasó de empleada domestica a obrera y de prostituta a actriz de espectáculos en los burdeles de las ciudad. Por su lado, la presencia y personalidad de Buitrago es una sola desde muchos años atrás: es un hombre cargado de amargura, sin pasiones, adicto a la morfina y que pareciera vivir bajo el postulado existencialista de que la vida es insoportable, pero es un suplicio que no tiene mejora tampoco con la muerte.

La historia de ambos personajes se amarra en el momento mismo del que, aunque no lo recordaran, era su segundo encuentro. Mientras Buitrago, en su papel de fotógrafo, captura la imagen de los internos del hospital de la Castañeda, Matilda le dirige la palabra y pregunta “¿Cómo es que se convierte uno en fotógrafo de locos?”. Esta pregunta dispara para el fotógrafo una duda y un interés profundo por la biografía y personalidad de la interna.

A lo largo de la historia de sus dos vidas, ambos descubren grandes coincidencias entre la existencia de uno y otro en esos años. La razón es tal vez, muy simple: compartieron el mismo tiempo, fueron habitantes de una misma época, con sus símbolos, sus procesos y sucesos.

La ficción en la obra es muy valiosa, por la capacidad poética y narrativa de Rivera Garza, sin embargo, me parece preciso pensar que el eje de ficción es una herramienta de quien finalmente es historiadora, para explorar el ambiente social y las subjetividades en estos años turbulentos. Por esto, la obra esta compuesta de fragmentos, noticias, rasgos y características que la autora encontró y aisló de los archivos del manicomio de la Castañeda.

La narración sorprende por su fluidez y por su temática, contrastante con el imaginario histórico que tenemos de los albores del siglo XX. El uso de bromas, groserías y la referencia a muchos de los fenómenos preocupantes de la ciudad moderna: adicciones, vidas de ligereza y burdeles, produce al lector la sensación de no estar leyendo una novela fundamentada en el México de los 1900, sino una novela de algún miembro de la generación beat norteamericana. La sociedad que habitó en la Ciudad de México en estos años se muestra en un rostro que por lo normal nos ha pasado desapercibido, oculto, el de su marginalidad, el de sus adictos, prostitutas y locos. Rivera Garza nos recuerda que la ciudad del Palacio Nacional y la catedral metropolitana era también la ciudad de los manicomios y los tugurios.

La novela presenta una narración que atiende algunos de los fenómenos más trascendentes en la historia nacional, pero que son muy poco recordados en el impacto que tuvieron para moldear la historia de las ideas e instituciones en México. Una pieza fundamental de aquel momento histórico fue el pensamiento higienista. Introducida como concepto al país desde los turbulentos años juaristas, la higiene se convirtió en política de estado a partir de la estabilidad porfiriana, cuyo principal acierto (algunos autores pueden decir que es el único y otros más radicales que es ficticio) fue el establecimiento de una estabilidad política en México, que permitió abrir paso por primera vez desde la independencia nacional a imaginar la forma en que se quería moldear al estado y su entramado institucional.

Los médicos porfiristas, muchos integrados a la conformación de estas instituciones públicas, entre quienes destaca un personaje cuyo nombre esta inscrito en las letras del libro: Eduardo Liceaga, promovieron un orden social a partir de la higiene, no entendida al modo contemporáneo en que pareciera que higiene es cepillarse los dientes, bañarse y lavarse las manos, si no una idea de higiene que era casi una cosmovisión que determinaba ciertas practicas que debían de ser acatadas de forma reglamentaria por la población, no solo para garantizar la continuidad de la salud del individuo, sino la salud de la totalidad del cuerpo social. La higiene planteaba una nueva cultura impulsada desde la educación y la corrección autoritaria para establecer pautas de orden moral, psicológico, cultural e individual.

En este sentido, en México, la introducción de la psiquiatría, en los momentos iniciales de su historia como disciplina, produjo su inmediata vinculación a las lógicas higienistas, organizando sistemas públicos de tratamiento a las enfermedades mentales, donde se planteaba la atención de la enfermedad y la reincorporación del enfermo a la sociedad. Sin embargo, una pobre atención (intencionada probablemente) de estos pacientes con enfermedades mentales, convirtieron a los institutos psiquiátricos como el manicomio de la Castañeda en espacios que eran operantes de la misma forma que una cárcel: separaban al individuo del ambiente social, evitando, según se promovía en los textos científicos, el contagio de su padecimiento al resto de la sociedad. 

Una victima de este nuevo modelo político marcadamente autoritario, que suponía sustentarse en planteamientos científicos, es Matilda Burgos, quien todo apunta vive el encierro de la Castañeda prácticamente por error. No solo esto, si no que la historia de Matilda cuando responde a la interrogante sobre como se llega a ser una loca, describe una de las características más profundas de los primeros siglos de la modernidad, la gente no se hizo loca, si no que es la maquinaria de un sistema quien enloquece a los individuos. La inserción de fragmentos de informes encontrados en el archivo del manicomio es prueba de lo anterior, la locura de ninguna de esas mujeres era un fenómeno espontaneo, sino la instancia final de quien se ve acosado por una realidad opresiva.

Algo por demás interesante de la novela, es que sus personajes no se enteran a ciencia cierta del proceso de desarrollo de la revolución y el estado posrevolucionario. Joaquín Buitrago y Matilda Burgos navegan la historia sin darse cuenta. Como probable metáfora del desarrollo de la historia, estos dos personajes no tienen noticia plena de la transición de caudillos y planes, pero viven los procesos, procesos que curiosamente no podrían diferenciarse a plenitud entre un momento y otro: El rostro de la historia que muestra Nadie me verá llorar es el rostro de las continuidades.

Otro aspecto histórico rescatable que se explora es el del quiebre de valores ante el cambio de paradigmas que producen los nuevos espacios y tiempos. El ingeniero llega a las minas en búsqueda de riqueza, pero llega tarde y queda atrapado en el recuerdo místico de la historia de un mundo que ya no existe. Matilda igualmente, vive el choque profundo de la vida entre el campo y la ciudad, un quiebre absoluto que la enfrenta a nuevas prácticas, un nuevo ritmo de vida, una nueva lógica de orden y, además, a las dinámicas experimentales de un tío que practica con ella sus conocimientos en materia de higiene.

Nadie me verá llorar es una novela que a partir de personajes ficticios estudia la historia del porfiriato, la revolución mexicana y los procesos derivados de estos dos fenómenos a través de la vida de dos personajes que viven inmersos en estos vaivenes históricos pero a pesar de esto, no son atravesados tangencialmente por ninguno, todos los aspectos memorables de esos años: lucha obrera, campesina, desarrollo institucional, dictaduras, parecieran ser fantasmas que se pasean cerca de los protagonistas, sin tocarlos. Se asemeja a algunas novelas que sin ser plenamente históricas son operantes para explorar un momento del pasado gracias a la movilidad, pensamiento y personalidad adjudicada a sus personajes, tal podría ser el caso de obras como Las batallas en el desierto, reconstrucción por excelencia del la sociedad que vivió el milagro mexicano. Es semejante incluso a la operación de exploración que se hace en la microhistoria, evidenciar a partir de un pequeño espacio y la pequeña (que se descubre inmensa) vida de un personaje en concreto, la relación que tenían los individuos de una época con los procesos históricos de su tiempo.

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