Joiset

Llegó escupiendo fuego

Llamaradas luminosas: iluminaban un mundo entero.

Pero su camino seguía siendo oscuro, oscuro como la incertidumbre o como el fondo más profundo del mar más salado.

Fuego que se perdía como navegante entre olas.

Olas que se convierten en tsunamis y tsunamis que se ahogan porque no tienen un más allá donde desembocar.

Joiset pisa en las piedras, pero luego estas se convierten en agujas que se clavan ligeras, feroces, provocan un dolor indecible.

Un alma que se bifurca buscando una salida al dolor, pero entonces el dolor se expande, infinito, incontrolable, desbocado.

Desbocado como el tiempo que tarda en caminar, más y más, pero el camino sigue siendo un sendero que nunca termina, llora.

Lanza otra llamarada.

Joiset, con un pie detrás del otro, el otro se convierte en el que está delante y delante hay solo memorias, cosas borrosas, no sabe si alguna vez fueron reales, y cuando lo que creemos que es real se vuelve incierto la cordura se pierde un poco.

Porque cuando pasa mucho tiempo, la línea que separa a los recuerdos felices de las cosas que nos hubiera gustado que fueran, se vuelve borrosa y después desaparece.

Joiset

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