Vida cotidiana

Recuerdo que la primera vez que salimos me llevaste a ver una película de zombis ¿Te acuerdas?.

Yo los odio, pero quería estar contigo y reprimí el miedo (como siempre lo hago con muchas otras cosas); Cuando entramos a la sala que se me figuraba más bien una trampa, pero ¿Trampa de qué? ¿Para quién? Aparecieron en la pantalla los primeros seres que me hacían sentir ese valle inquietante del que las personas hablan. Sentí asco y sentí que perdía mi tiempo y algo de dignidad, por qué no, pero cuando volteaba y de reojo te veía me convencía de que hacía bien, que no era el lugar sino la persona. Luché con mucha fuerza… al final la realidad me ganó, sentí una ganas grandes de salir corriendo, pero de salir del planeta o de salir del lugar más grande; no sé si me explico.

Como a la mitad de la película me invadió una sensación que se siente cuando sabes que estás apostando mucho -mi integridad emocional- por algo que no va a llegar a nada y tuve ganas de llorar, algo que oscilaba entre la angustia y la vergüenza. Para no llorar traté de recordar algún momento muy feliz de mi vida, el más feliz si me era posible pero mi mente quedó casi en blanco, solo llegaron recuerdos tristes que me pesaban por dentro. De un momento a otro estaba convertida en un río de lágrimas, un río de los que desembocan en el mar para no ahogarse en ellos mismos. Tú preguntaste que qué pasaba y yo solo te dije que los zombis me daban mucho miedo ¿De eso sí te acuerdas? ¿Cómo iba a decir que mientras me tomabas de la mano en un ambiente apocalíptico yo pensaba en lo infortunado de mi vida?

Te disculpaste por tu elección y me abrazaste con cierto cariño fraternal (?). Me compraste un café de esos dulces y poco cargados como me gustan, me contaste que la lluvia es el beso del cielo con la tierra y me llevaste a casa. Nunca nos volvimos a ver.

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